Un golpe seco seguido de un crujido hace que el aroma a brasa y a cochinillo embriague a todos los comensales. El plato se pinta de jugos y algunas lascas de corteza churruscada se deslizan hacia abajo. Estamos en Segovia y el instinto nos impulsa a sujetar el tenedor con fuerza.
Los minutos justos se ha macerado el cochinillo, bajo la atenta mirada de Cándido que, como ya lo hiciera su padre, domina el arte de emplatar estos pequeños lechones para delicia de quienes los degustan. Llevado por su maestría y su profesional manejo del plato, emplea el borde de éste para partir al cochinillo, una habilidad que le ha traído la fama y reconocimiento mundiales.
Este menú necesita de un buen vino (VdlT Castilla y León, DO Madrid o DO Ribera del Duero) para aligerar su carga histórica y dar paso a los postres. Y que siga la fiesta.