Más de dos kilómetros de muralla rodean Ávila. Con su estilo románico nos anuncia que algo importante se resguarda tras sus muros. Cuando nos acercamos contamos dos mil quinientas almenas y ochenta y ocho torreones, hieráticos, simples, fuertes, con la vista fija en la lejanía. No se les escapa ni un detalle.
No podemos resistirnos, queremos ver qué hay al otro lado, quién nos espera allí. Podemos elegir por dónde pasar porque hay nueve puertas, simétricas, majestuosas, perfectas que nos invitan con solemnidad a entrar cruzando su perímetro de seguridad. Y lo hacemos. Para llegar al otro lado de esos tres metros de piedra que engrosan su magnitud y que nos hacen acelerar el paso cuando atravesamos por debajo.
Hemos elegido la Puerta del Alcázar, porque impresiona y gusta a la vez y porque nos resulta fácil imaginar que allí mismo, frente a ella había hace muchos años un puente levadizo por el que pasaban los caballeros de otros tiempos.